17 may 2009

MEMORIA

Antes de completar el artículo sobre la posguerra, he creído conveniente publicar esta interesante fotografía.

Este escrito llegó a mis manos por casualidad, como tantas otras cosas.
En ocasiones, creo que alguien mueve misteriosamente el azar.

A nadie se le escapa que en La Mola no existe recordatorio alguno, en ninguna de sus formas, para todos aquellos que allí sufrieron pena de prisión por motivos políticos, o para aquellos que fueron asesinados con ritual de fusilamiento.

La Memoria es algo que perdura, que transciende a cualquier Dictadura e incluso a leyes que, so pretexto de reconciliar, la intentan apagar. La Memoria no es venganza. La Memoria es, tan sólo, una postura quieta y serena, una reflexión.

Alguien dejó este papel y estas letras en La Mola.

Puede ser casualidad; pero no quiero creer que lo sea. Prefiero, creer que “algo” trajo estas letras a mi, y fue por algo. Por ese motivo, escribo esto.

Y para “aderezar” el articulo y la fotografía, publicaré también, un relato corto sobre un hecho real que me ocurrió allí donde habité.

El relato fue presentado, sin éxito alguno, al premio de Narració Curta del Diari Menorca. Espero que alguien lo lea. Es, nada más que por la Memoria, por las Memorias.





LA PEQUEÑA MUERTE DE ALBERT

___________________________


En ocasiones, la vida nos reserva momentos, efímeros instantes en

que todo cambia de repente; creemos que se trata de otra realidad, no lo aceptamos y nos duele.

Es, ese soplo, ese intervalo fugaz en que abandonamos la infantil idea de la inmortalidad y nos damos cuenta de nuestra efímera presencia; de que el fin existe, y un día, en algún segundo de
nuestra existencia, la parca vendrá por nosotros irremediablemente.

Es, como una pequeña muerte, un instante sórdido que quedará marcado para siempre en la memoria.
______________________________________

Corría el año 2003, en la península de La Mola se respiraba paz; libre, por fin, de un pasado militar y cuartelero.
Maó la miraba de lejos, casi girándole la cara, como con miedo. Demasiadas muertes, demasiadas tragedias para mirarla de frente.

______________________________________________


Fue en los idus de marzo, faltaban pocos días para la primavera.

La Mola preparaba sus flores para teñirse de colores, de perfumes, de la sensación de que nada ocurrió, de la complacencia de una vieja dama que se deja querer por cualquiera para no sentirse
mancillada.

Albert llegó con su mujer y unos amigos. En ocasiones, recibíamos visitas fuera del horario normal, y esta fue una.

Me dispuse, como siempre lo hacía, a enseñarles unas defensas
prematuramente seniles, unidas a un paisaje disfrazado de viejas casonas y a una historia de momentos afligidos.

Al poco de empezar mi retórica, observé la poca atención que Albert prestaba y el esfuerzo de los demás en escuchar y a la vez estar pendientes de las reacciones de aquel hombre. Nervioso, como queriendo pasar pagina e ir al grano, a su particular grano: dirigirse de nuevo a un lugar marcado en su memoria, y que setenta años después, quería volver a recordar.

Perdóneme –dijo Albert cuando ya no pudo más- yo sólo quiero ver un lugar donde hay una puerta coronada por un arco que da acceso a un patio.

Muchas personas, antes que él, volvían a La Mola para recordar, sólo para recordar.

No me sorprendió la petición de Albert. Me dio unas referencias y supe lo que el buscaba.


_______________________________________________



Los Cuarteles Altos dibujan, desde el XIX, la particular silueta de la de La Mola. Desde lejos, pareciera que el peñasco los sujetara en el aire, que siempre hubieran estado allí como parte de nuestra cotidiana mirada.

De cerca, se adivina desolación y un cierto aire de paz; como si se hubieran liberado de tanta disciplina, de tanta sórdida meticulosidad. Hoy, la Naturaleza ha tomado sus contornos con su calculado caos.
Delante de la antigua penitenciaria, en la parte trasera del cuartel del Parque de Artillería, un patio guarda antiguos objetos de lo que fue una ciudad hoy muerta. Amasijos de hierro de viejos muebles, algunos muelles de algún roído colchón, maderas de antiguas sillas… Y todo ello cubierto por las hierbas, formando un cuadro
colorido de abandono y quietud.

La entrada a ese patio esta coronada por un arco que se mantiene a duras penas en pie. Elegante y flemático, guarda antiguas historias de memorias olvidadas; entre ellas la de Albert.

Cuando llegamos allí, Albert se quedó quieto mirando fijamente el portal del patio.

Aquí es –dijo y se hecho a llorar-

A llorar como un niño sin consuelo.

Sentí frió por dentro. Sabía que era un momento importante en la vida de aquel hombre. Un anónimo ciudadano, una anónima tristeza, un anónimo instante en el que yo estaba presente sin
querer; pero intuía que alguna misteriosa jugada del destino me había colocado allí.

La mujer de Albert me miró y se dio cuenta de que yo tenía derecho a saber de lo sucedido. Se acercó a mí y colgándose de mí brazo me dijo: -demos un paseo muchacho


________________________________________________

Albert quedó huérfano de padre a los tres años, y de madre a los cuatro; a los dos se los llevó la tuberculosis. Su tía Magdalena, hermana de su madre, se hizo cargo de él. Su tío Gerardo era
militar, un suboficial bravucón y republicano. Persona recta, amable y culta.

Esos libros que lees nos traerán problemas Gerardo –decía Magdalena cuando él comentaba algunas de las revolucionarias ideas que leía en viejos libros de la biblioteca del cuartel.

Todos somos iguales, nadie es mas que otro, tenemos derecho a reivindicarlo, Magdalena. -contestaba Gerardo entre orgulloso y perplejo de haberse dado cuenta de aquella incontestable verdad.

Acabada la Guerra, Gerardo fue encarcelado en La Mola.

Los Nacionales hicieron pagar cara la fidelidad menorquina a la causa republicana.

Antes del desembarco, Gerardo, Magdalena y Albert intentaron llegar al barco ingles para huir a Francia, pero no pudo ser.
Los italianos lanzaron un ataque aéreo cuando ya no importaba, por el mero hecho de asustar todavía más a aquella población que vivía los momentos más dramáticos de una ciudad herida, que siempre recibió hospitalaria al viajero.

Gerardo y Magdalena vieron como su casa quedaba reducida a escombros. Pasaron aquella noche en un cuartucho que se salvo de la bomba, abrazados sin decirse nada.

A la mañana, temprano, llegaron unos hombres con fusiles y se llevaron a Gerardo.
__________________________


Fue un febrero frío aquel del 39. En La Mola, se encerró a hombres acusados y derrotados. No tan solo habían perdido la Guerra, también su dignidad, su ilusión, y aquella esperanza mantenida hasta el ultimo día.

En aquella prisión se palpaba el miedo, aquella terrible sensación de estar a un paso de la muerte, de no saber a quien le tocará mañana, ni tan siquiera si existirá mañana.

Magdalena partió temprano con Albert; muy temprano hacia La Mola.

El viejo Coronel Bernardo, amigo de Gerardo, le escribió en un papel unas palabras.

Ves a La Mola temprano –le dijo el Coronel- con este papel te dejaran pasar, no lo veras; pero déjale estas mantas y algo de comer.

Un amigo la condujo en su carro hasta la fortaleza. Llevaba mantas, sobre todo mantas, y una olla con algo de comer. En la tapa de la vieja olla de alpaca, sobre la parte interior para que no lo viera el centinela, escritos unos versos a lápiz:

-para la libertad, sangro, lucho, pervivo…Magdalena y Albert.

En la puerta de La Reina, dos farolillos marcaban la entrada a un mal sueño. En los fosos, las sombras de la Luna presagiaban un amanecer triste.

Magdalena y Albert siguieron al soldado. Subieron andando hasta el portal de la prisión. Albert estaba cansado y apenas hablaba, sólo observaba aquel mundo que se le antojaba extraño, lejano a su infantil imaginación. Un mundo negro y verde oscuro, con hombres que portaban fusiles y no daban los buenos días; caminaban cansados y tristes, tenían frío como él, y hambre sobre todo hambre como él.

Al llegar a la prisión todo era silencio.

-Quédese aquí señora, voy y llamo al sargento. –dijo el soldado acariciando el pelo de Albert que sonrió ante aquel único gesto amable en un lugar tan falto de aquello.

Albert se apretó fuerte a las piernas de Magdalena y bostezo. Al poco, se abrió una luz y se oyó un murmullo dentro de la prisión.

Para la libertad, sangro, lucho, pervivo…-recitaba una voz entrecortada, emocionada, escondida detrás de unas rejas que le separaban de un ingenuo sueño. Se abrió una puerta y aquel verso
se convirtió en griterío.

-¡Callaros ya, malditos rojos, hijos de perra¡ -gritaba otra voz seca y desagradable que salía del interior de aquel edificio rodeado de alambrada.

Al sentir aquello, Magdalena abrazo a Albert; y él sintió frió, más frío si cabe; frío de adentro, el frió que viene de la angustia, del miedo a una voz que mandaba callar a unos hombres que gritaban versos.

Por la puerta del patio, por la puerta coronada por un arco, salieron soldados que llevaban preso a un hombre. Las culatas de sus fusiles rozaron la cara de Albert que extendió su mano para
tocarlas a la vez que Magdalena intentaba alejarlo de aquella súbita procesión.. El hombre, cabizbajo lloraba.
Albert no pudo dejar de mirarlo.

-A ver, señora, ¿qué hace usted aquí tan temprano?
-dijo un sargento malhumorado al que le apestaba la boca a ginebra.

-Traigo esto para mi marido, se llama Gerardo, no lo veo desde que se lo llevaron al Casino, no se nada de él. El Coronel, Don Bernardo me ha dado este pase para que le pueda traer abrigo y
algo de comida. No lo veo desde que se lo llevaron señor…

Albert seguía con la mirada los pasos de aquel hombre que avanzaba, junto a soldados y sus fusiles, hacia una pared que ya se adivinaba con los primeros rayos del sol; rayos que serian el
primer amanecer de tierra española, y ajenos al drama, iluminaban aquel paraje como cada ciclo, sin parada, pasara lo que pasara.

-Le traigo unas mantas, hace frío y…

El hombre, de espaldas a la pared, miraba ahora a los soldados de frente, erguido esta vez, derrotado pero orgulloso, cantaba algo que Albert había oído alguna vez a su tío Gerardo cuando salían a pasear en la destartalada bicicleta que les prestaba el cartero.

Albert sonrió recordando.

De repente, un sonido seco en el mismo instante del amanecer, en el mismo momento de la pequeña muerte de Albert.

Los hombres presos ya no gritaban. A lo lejos, un hombre tendido en el suelo; otro, acercándose lento, apuntó a su sien y mató a la muerte. Disparó una bala más para un hombre ya muerto.

Albert comprendió allí que aquel hombre no volvería a pasar por la puerta con el arco. A sus cinco años vio pasar por delante a la parca vestida de caqui. Quiso llorar y no pudo.

-Esta bien señora, le entregaré las mantas al “rojo”, pero para verlo vaya a pedir autorización a Gobierno Militar, Ahora váyase, arreando…

De vuelta, Magdalena rompió a llorar. Detrás, les seguía otro carro con una improvisada caja para un calculado asesinato.

______________________________________

-Lo necesitaba, hace tanto tiempo que necesitaba recordar. Es,

como si tuviera una deuda con él, no se…-me dijo Albert.

La mujer de Albert recogió algunas flores de aquellas que presagiaban la primavera. Nos acercamos al muro y allí las dejamos en improvisado ritual para una memoria. No hubo oraciones ni cantos patrióticos, tan solo Albert, como si quisiera saldar una deuda y en voz baja, recitó unos versos.


Retoñarán aladas de savia sin otoño

reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.

Porque soy como el árbol talado, que retoño

porque aún tengo la vida.





Este relato, salvo alguna situación novelada y nombres escogidos al azar, esta basado en hechos reales ocurridos en la península de La Mola una primavera del año 2003 y un febrero del año 39.




A Pilar y Antoñita, dos adolescentes.


Autor_ Brandaris

7 comentarios:

  1. tal vez el ese suboficial bravucon y republicano tuvo algo que ver en los fusilamientos que ocurrieron en el mismo lugar de los oficiales, curas y civiles en el 36, aunque siendo del otro bando, porque recordarlos?

    ResponderEliminar
  2. Claro, ahí está el problema. Por ser un suboficial bravucón y republicano ya -per sé- se le puede atribuir el hecho de ser un asesino. Analiza, dices "tal vez", ¿acaso todos los que estuvieron de parte de la república tuvieron algo que ver en las matanzas que rememoras? Una cosa si es cierta, esos suboficiales no eran traidores. Por otro lado, lee el otro capítulo, veras que hablo de las matanzas de agosto del 36.

    ¿A que otro bando te refieres? el "otro bando" ha sido, durante medio siglo, el bando perdedor. El bando recordado, lauredo, presente en todas las calles de España, en todas las lápidas habidas y por haber ha sido el bando -mal llamado- nacional.

    Los perdedores, los que fueron fieles a un juramento y a una idea, siente aún una verguenza inculcada por "los que ganaron", verguenza de ser, de haber sido leales. Tiene guasa.

    En La Mola, y aunque eso no cambie la barbarie, no se asesinaron a sacerdotes ni civiles. Esas matanzas fueron llevadas a cabo en noviembre del 36, en el vapor cárcel Atlante. No hay nada que justifique lo que pasó; pero nosotros, aposentados en nuestra coyuntura del bienetar, no podemos, ni de lejos, comprender lo que debía ser aquella sociedad, en lo civil y en lo militar; con respecto al trato a las personas y a los notables desequilibrios sociales. Con el agravante del miedo y la violencia que enjendra un ataque aéreo posterior a esa matanza.

    No hay nada malo en recordar la Memoria de un suboficial bravucón y republicano. ¿es un asesino por ser eso? Permiteles la Memoria, anda.

    viva la Republica
    Gracias por leer el relato.

    ResponderEliminar
  3. espero que se anime a contar mas de las historias que ocurrieron en ese lugar extraño pero a la vez fascinante, creo que todos deberiamos conocer lo que ocurrio aunque nos parezca orrible y vergonzoso que algunos se tomaran la gusticia por su mano o se les subia el poder a la cabeza. Da lo mismo de que parte seamos yo no vivi esa guerra y no la entiendo pero si me gusta saber que paso llamelo chafardeo, curiosidad o cultura. me fascinan los lugares antiguos y me fascina mas como vivio la gente aun siendo orrible lo sucedido, pero lo que me parece orrible es que se utilicen estos lugares que para mucha gente les traeran malos recuerdos para hacer fiestas que no tienen nada que ver con la historia del lugar. Que se habran al publico eso si, que se guie la visita tambien y que ese dinero se utilice para manterlo en perfecto estado. Creo que hay que abrirlo dos dias al año gratuito!! pues que se cumpla. fui una vez a visitar la mola y no descarto volver a visitarla es preciosa.

    ResponderEliminar
  4. gracias....arantxa....pero el cafe no t lo perdono.......gracias---dices dos dias al año..nooo---cuatro al mes..asi lo marca la Ley..

    ResponderEliminar